Desnudo

Desnudo

Se anunciaba la muerte de un chico que, según decían, se había estado comportando como si tuviese problemas mentales; le había estado diciendo cosas, delirios persecutorios, a las chicas con las que se relacionaba sexualmente. Nadie hacía caso porque sólo eran contactos casuales; no existía la percepción en nadie de una consistencia en ese tipo de acciones e ideas, pues alguien con quien compartes sólo una noche no da importancia a una frase suelta que interpreta como una broma; dijo una de las chicas al periódico.

Salían algunas fotografías. Nudes, creo, o algo similar, de él dentro de una bañera. Se le veía incluso la cara en uno de ellos pero sus ojos, que yo recordaba verdes, tan claros, lechosos, casi no transmitían vida.

Yo le preguntaba a alguien: “No es el mismo chico, ¿no? Los tatuajes no coinciden”. Pero era como si se los hubiese hecho todos en sus últimos días, y de una foto a otra no pasase el tiempo, sólo el dolor. Pasajes tristes, escenas finales, tatuajes sin color sobre la piel extremadamente blanca, y la gente criticándole porque uno de ellos era gore (salía emborronado y censurado en la impresión).

No sé por qué salían esas cosas en el periódico, pero yo trabajaba allí y no le había dicho a mi jefa que yo le conocía.

Hacía tiempo que no había hablado con él porque todo acabó como acabó; y esas fotos eran para otra chica u otras chicas. A mí ya no me correspondía ni estar triste…

Pero mi jefa, que tenía formación en psicología (y yo en algún instante equivocado consideré hablar con ella), me notaba algo; y yo también notaba un denso pesar guiando mis pasos, por la calle, entrando al metro, equivocándome.

Oí hablar a sus amigos comentando lo triste de lo sucedido y las “paranoias” que le habían oído llegar a decir. Yo no sabía si darles el pésame o no, en parte porque no sabía si sería apropiado asumir que el chico que había muerto era él, en parte porque yo ya no estaba en sus vidas, en parte porque no quería que la gente supiese que me sentía tan mal.

Y me daba muchísima pena. La expresión de vacío y de tristeza y ajenidad y absentismo en sus fotos era tan triste como su pose dentro de la bañera: casi en posición fetal con las rodillas casi en el pecho, mirando para arriba, o, más que mirando, con la cara hacia arriba, como esperando o implorando que acabase todo sin necesidad de esgrimir ningún gesto ni mirada.

Qué solo debió de sentirse al morir, y muriendo durante todo ese tiempo de gritos de auxilio que nadie respondía. Qué sola me sentía yo también en todo lo que sentía, pues era inapropiado, desplazado e inútil. Tarde para cualquier cosa.

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Modelo anónimo fotografiado por Philipp Lansing